viernes, 29 de junio de 2012

SI HICIÉRAMOS EL EJERCICIO DE ACEPTAR QUE LO NUESTRO ES MÁS IMPORTANTE QUE LO MÍO

En una ciudad donde habitamos más de 7 millones de personas, con sus afanes, con sus problemas, con sus inconvenientes en seguridad, en salud y en movilidad por citar algunos aspectos, la cultura ciudadana toma un valor importantísimo para poder convivir de manera armónica.

Los bogotanos y los foráneos que habitan en la capital, son en su gran mayoría, personas de bien. Madrugadores, trabajadores y honestos. Sin embargo, el ritmo agobiante de la ciudad nos convierte en seres egocéntricos que siempre estamos buscando la ventaja frente a nuestros conciudadanos.

Lo vemos en todas partes, en la fila del banco, en el acceso al parqueadero, en el ingreso al Transmilenio, en la droguería, en el supermercado, en fin, en todos los lugares públicos, donde asumimos que nuestra posición individual es más importante que la comunal. Estamos prevenidos en todo momento. Desconfiamos de todo aquel que nos rodea, de quienes nos mantienen la mirada en el bus, de quien se acerca preguntando por una dirección.

El entorno nos ha vuelto agresivos, así seamos, personas calmadas. Queremos hacer valer nuestros derechos individuales por encima de cualquier cosa y a cualquier precio. Sólo por poner un ejemplo, para los usuarios del sistema de transporte masivo Transmilenio. Al llegar un bus a la estación, las entradas se convierten en pequeños campos de batalla donde cada quien, sin importar la lógica busca su destino. Aquellos que quieren ingresar lo intentan a empellones por encima de aquellos que están descendiendo de los buses, desafiando las leyes de la física.

Luego, para los que lograron bajarse del bus, la aventura es impresionante hasta llegar a la salida de la estación. Hay que sortear todo tipo de obstáculos, como las aglomeraciones en las otras puertas, los afanados que quieren ingresar por la única talanquera de salida o simplemente esquivar a quien está hablando por celular en medio de la estación.

Otro tanto es para quienes lograron ingresar al bus. Pues el recorrido desde la puerta hasta una posible silla es eterno, pues si me logro adueñar de un espacio sobre la línea amarilla o en cercanía a la puerta, estaré garantizando mi fácil salida en la siguiente estación. Pensarán algunos o mejor dicho, piensa la mayoría.

¿Qué pasaría si hiciéramos un ejercicio de convivencia ciudadana en el que asumiéramos que los derechos de la comunidad son superiores a los míos? ¿Si nos diéramos cuenta que la cultura de lo nuestro, es más importante y más significativa que la cultura de lo mío? La respuesta no sería muy difícil de encontrar. Seguramente, viviríamos mejor. Todo sería más fácil. El transitar por los andenes, donde habría espacio suficiente para hacerlo si los vendedores ambulantes entendieran que es espacio público y no local de ventas privado.

Si entendiéramos que el cruce de las calles se hace por las esquinas, respetando la circulación por la derecha, para evitar tumultos. Si esperamos a que quien atiende en la droguería o en el supermercado terminen de atender a la persona que está antes de nosotros. Si esperamos a que los que necesitan bajarse del bus lo hagan antes de pretender subir.

En fin, no se necesita la mejor tecnología del mundo, ni los ojos azules o el cabello rubio. Ni mucho menos un alto ingreso per cápita. Se necesita la conciencia de que lo nuestro es más importante que lo mío y que en la medida que entienda ese concepto, mis derechos serán cada vez mayores y más respetados, y por ende, mi vida y la convivencia con el resto de ciudadanos será cada vez mejor.

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